Estaba en frente del gran espejo de madera que hay en mi cuarto, observándome, analizando cada parte de mi cuerpo y cara con minuciosidad. Sicilia, mi gata blanca de ojos azules, que pronto cumplirá seis años, está tumbada en la cama entre dos cogines color crema, a modo de decoració, y me sigue atentamente con la mirada, expectante por ver cual será mi próximo movimiento. Me estoy arreglando, o eso intento. Hacía ya más de media hora que había salido de la ducha, pero aún no estaba preparada. Mi pelo castaño caía sobre mi espalda en suaves y perfectas ondas. No sabía que ponerme, probablemente acabaría cogiendo un vestido corto de color negro o violeta. Abrí el armario, lleno de ropa y vacío a la vez, nada me convencía. Decidí buscar el vestido violeta, pero no estaba allí. ¡OH! Es verdad, se lo había dejado a Mina la semana pasada. Todo me indicaba que no saliera aquel viernes por la tarde, algo bastante raro en mi pero, estaba cansada y había trasnochado durante toda la semana. Me tumbé en la cama y cerrré los ojos.
Entré por la puerta de Crimson, al lado de Mina, mi mejor amiga, pero cuando me giré hacia ella ya no estaba, se habría ido con uno de sus ''pretendientes''. Bufé. No iba a salir de casa aquella noche, lo habíadecidido pero Mina vino a mi casa y me obligño a ponerme unos pantalones muy cortos y altos de cintura y una blusa blanca con unos tacones muy altos del mismo color que el pantalón, unos collares, anillos, un poco de maquillaje y lista, prácticamente me sacó a rastras de casa, algo raro en mi, pero la verdad era que tenía que vender algo de droga, debía dinero y me iba a meter en problemas si no lo hacía en los próximos cuatro días. Mina por su parte, ya había contribuido en este aspecto.
Me acerqué a la barra con andares firmes y mirando a todo el que había allí para ver si reconocía a alguno de mis clientes. Seguí caminando y cuando el camarero me vió me sonrió y me puso un cóctel especial que preparaba, el cual me encantaba. Mientras esperaba pude ver a mi lado a una chica que no había visto nunca por Abbotsford. Era muy guapa y atractiva, no llevaba a penas maquillaje y tenía un pelo largo y castaño envidiable. La miré de arriba a bajo y luego me giré hacia el camarero, que ya traía mi bebida, dando golpecitos con el tacón contra el suelo, a penas audibles por el gran ruido y volúmen de la mñusica.